Llueve. Planc-planc-plinc-planc-plonc sobre los veluxes. Sólo eso. Y los uuuyyyy de los vecinos cuando su equipo de fútbol se acerca a la meta contraria. Uuuuuuyyyy, otra vez. Y gruesos epítetos. Las calles están desiertas. Una mujer corre al fondo desde el portal hasta el coche. Las chimeneas despachan humo que se pierde, roto por la lluvia. Luces aquí. Luces allá. La melancolía discurre por entre las calles del pueblo. Arriba, abajo, por la esquina, tras el portal, subida a la veleta, en el callejón. Un sutil toque de melancolía.
Ya tengo plan para combatirla esta noche. Voy a continuar con el libro de Elmore Leonard, Un tipo implacable, abordaré las notas de mi cuaderno , apuntes que me llevan a la iglesia de Ojén , al asesinato del vendedor de la ONCE, a los actos de un pirómano convicto y confeso, a maletas de contenido dudoso y a festivales de cante y de toque, mientras le doy vueltas me voy a poner unos tangos de Piazzola, y voy a degustar el arros negre que me he hecho para cenar con los restos de este mediodía.
Esperaré a Antonia, que hoy vendrá ataviada de sesentera.
Me ha dicho, vía móvil, que está guapa.
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