lunes, 5 de marzo de 2007

MONTADITO DE PRINGÁ EN SEVILLA

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Si las tascas, bares y tabernas fueran versos de un poema ese sería el conformado por Sevilla. Casi es un canto, una elegía, al paseo despacioso y lento, a la parada intermitente aquí y allá acompañada de una cerveza. Al avituallamiento guloso e innecesario pero sabroso y obligado. El puente de Triana nos vigila en la noche y comunica una orilla y otra del Guadalquivir. Triana, el Barrio de Santa Cruz, el Tardón se despliegan como una abanico de posibilidades dionisiacas. Hace años recorrí estas mismas calles, pero la intención y el espíritu eran otros. Me reconcilio ahora con Sevilla y con la Giralda y con la Torre del Oro que todo lo presiden. Las plazas olorosas a azahar adelantado, las iglesias, las fachadas, los portales, los patios... Los hombres ya lucen llagas tras los primeros ensayos para los pasos de Semana Santa. Impresiona cómo los costaleros cargan sobre los hombros y las cervicales todo el peso de la imagen, de la tradición y de la esperanza. Y de lo divino a lo profano como la costumbre de anotar con tiza sobre las barras la cuenta de tus consumiciones, cerveza, montadito de pringá... Los bares reconstruídos, sujetados por pilares para no desvanecerse en la bruma del tiempo con sus gentes... Los antros tradicionales reinventados como el Postura, un emporio de la noche sevillana contituido a base de cacahuetes, cerveza y posturita (un bebedizo de ginebra, hielo y vino dulce)... O La Carbonería, un antiguo almacén ocupado ahora por exposiciones, tablaos y mesas corridas. Me cuenta nuestro guía particular que en esta taberna (en cuya fachada nada aparece, tan sólo una puerta roja y grande) se juntaban los compadres de Jesús de la Rosa el artífice primero del rock andaluz con su grupo Triana y que allí pasaban las noches insomnes... O también baños árabes que albergan pizzerias o antiguas casas solariegas de abolengo que ahora contemplan el ir y venir de los viajeros del mundo transformadas en hoteles y hostales... Paseamos por Sevilla y contemplamos la catedral, inmensa, de la ciudad que antes ya fue capital del mundo. Los tesoros, el coro, el órgano, las bóvedas enormes que casi arañan el cielo... Impresiona... Y subimos por las rampas de La Giralda hasta el piso 34 y luego los apenas doce escalones que nos separan del 35... Hilario chico y Mafalda imaginan e imaginan, fantasean con los caballos que por allí subieron en alguna ocasión, piensan en el pasado y lo mezclan con el presente y con el futuro... Y suena una campana cuando nos asomamos a las verjas y así contemplamos Sevilla a nuetros pies, la vieja y la moderna con sus obras de metro y tranvía, y allá lejos otra vez el puente de Triana y la Real Maestranza, y una reververación, un guiño del río que dio vida a la ciudad... El Guadalquivir que la renueva y atraviesa como una herida que reparte su savia por las callejas antiguas... Pero antes de Sevilla hubo Ronda y Zahara y Grazalema y los campos verdes y en barbecho, y los cortijos agostados al sol...
Nos vamos de Ojén y Regresamos a Ojén y cuando lo vemos ahí tmbado sobre la falda de la Montaña le saludasmos con la mano....

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi último y único viaje a Sevilla fué hace ya ¿dos años?, tenía barriga, era agosto y hacía un calor tremendo... caminábamos pegados a las paredes de las casas en el barrio de Triana para aprovecharnos de su sombra mientras chupábamos un helado, en la calle sólo extranjeros y nosotros guiados por dos sevillanos.
Aún así me pareció una ciudad con un algo especial, olor, sabor, color, alma... llámalo como quieras.
Prometí volver.....