Pone un pie tras otro y se cala el sombrero de paja casi hasta las cejas. Se para y se lleva una mano a la espalda. Reposa. Camina de nuevo con pasos cortos y algo vacilantes. Levanta la vista al cielo (azul, sólido, inmenso). Con un gesto vago y sin pronunciar palabra saluda a una vecina con la que se cruza. Luce pantalón gris, limpio como una patena, también camisa gris y un jersey ligero de color crema. LLega al banco que hay junto a la entrada lateral de la iglesia de la Encarnación. Sólido y negro. Apoya su mano derecha en uno de los brazos y deja caer el peso de su cuerpo de golpe, a plomo, como un saco de huesos. Se quita el sombrero y con él se abanica mientras una fina capa de sudor orla su frente. Respira fuerte . Se recuesta. Bajo la sombra de esta casa del Señor y al amparo de San Dionisio Aeropagita cierra ligeramente los ojos. Un leve perfume le envuelve, un suave aroma a limonero. Al poco deja caer su cabeza y se oye, sordo, a lo lejos, un ligero ronquido.
3 comentarios:
¡Qué rincón más agradable para echar una cabezadita y cobijarse, al tiempo que una brisa veraniega te mece suavemente!
Vamos , Susana ,tu y yo al banquito.A charlar hasta quedarnos afónicas a la sombrita.
Yo lo conozco y es perfecto para el atardecer.Además tenemos enfrente unas terracitas por si
aprieta la sed.Gero arte.
Eso yo me quedo enfrente tomando una cervecita y así os hago una fotito.
Bezos.
Publicar un comentario