LA PLAYA, HACE UNOS DÍAS

Esa lánguida pereza desnuda..., decía el poema. Una sensación de ingrávida pesadez en los miembros del cuerpo. Sólo el roce sutil de la yema de los dedos contra la arena. El mar espejea, oscuro, más allá y los niños comen arena a puñados. Parecen los tomadores de sol como si fueran regalos caídos del cielo, aquí y allá, sin orden a aparente, despanzurrados contra la arena tórrida. Todos con sus volúmenes generosos, con las curvas propias de cada cual, con mejor o peor talle, con delicadeza en sus formas o tallados en acero basto. Los ojos entornados, algunos refugiados, escondidos, tras oscuras gafas de sol. El biquini minúsculo, el short desproporcionado, el pirata tobillero, el pareo colorido, el traje de baño elefantiásico... Y la jungla de sombrillas, espigadas, hongos protectores, que se extiende hasta el horizonte del arenal... Pongo un pie sobre la arena ardiente, dejo que la planta se consuma hasta que no puedo más. Dos pasos y al agua fría. Casi se puede escuchar el chisporroteo. Me hundo en el mar, los tobillos, los muslos, la cintura, el pecho, no paro, me sumerjo, abro los ojos y nado y nado y nado... Como un émulo de Jean-Marc Barr en Le Grand Bleu...