Voces de violín, que diría Neruda, acompasan los ritmos lentos del calor. Voces de violín, crujidos, rasgueos que acompañan el devenir de la mañana prieta de canículas. Cuando todo parece silencio y vapor de agua sobre la frente, los brazos, la espalda, surge ese ronroneo letárgico. Como un zumbido insomne y perpetuo se proclama su canto por encima del grito del hombre. Dicen los entomólogos que el contenido de su melodía es puramente sexual, una suerte de sortilegio que el macho utiliza para llamar a la hembra en los días estivales de más calor. Un canto que relata prodigios y batallas con el que se ahuyenta a los competidores y se atrae a los compadres de parranda. Son las chicharras o los coyuyos o las cigarras o la quesada gigas que adormece con su canto las siestas en el verano, que conforma la melodía del calor que asfixia, que dibuja el perfil del estío más cálido. Es constante el griterío -cricricricricricricricricri- sin solución de continuidad, como un ronroneo volátil e indeterminado. Permanecen ocultas en los árboles, en la sombra propiciatoria, formando la banda sonora del bosque mediterráneo.
2 comentarios:
A mí me entra más calor cuando las escucho. Y yo diría que se asemeja más a un CRRRIIIIIIIIIIII, más que a un cricricri que me recuerda más a los grillos...
bezos
Es que Isra quizá no esté muy familiarizado con las chicharras...
Mi marbellera sabe mejor como suenan,Musutxuak ama
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