UN NUEVO PESPUNTE

Sorteábamos las nubes tormentosas y poníamos la vista delicadamente sobre ellas para evitar el chaparrón apocalíptico que anunciaba la radio. Paseábamos con ligereza y con treguas escasas para divisar los panoramas a nuestra vista, un paraguas siempre resulta escasa protección para la que se preveía iba a caer. Así que sólo nos permitíamos bosquejar en nuetra retian el paisaje cotidiano que habíamos decidido observar desde otra perspectiva. El perfil ascendente de Ojén, que desde Los Llanos se encarama en progresión vertiginosa a las faldas del Cerro Ojenete; el caudal tormentoso de los ríos que discurren bajo las entrañas de la villa y que borboteaban con firme convicción; los dibujos de alguna ropa tendida que se desescama ante la breve aparición del sol; la nueva guardería, con los colores vivos de sus barandas, con los cochecitos plásticos descansando del trajín de la semana; la nueva urbanización que circunda Ojén y que se decora a medias, un farol aquí, un vacío allá, una mesa vieja,  un sillón esplendoroso... Caminamos por la Villa y nos asomamos al nuevo aulario de modernez marcada y cromática viveza. Miramos los bancales de huertas, las casas en los campos, los perros que se persiguen y ladran... Y a la vuelta tejemos un nueva red con el azar. Los edificios de la nueva urbanización que abraza al nuevo aulario tienen nombres de mar. Antonia sonríe, saco la cámara y disparo esta foto. Damos un pespunte más en la malla que hilamos entre todos.