A HORAS DE LA FERIA

Cierto aura, un clima de expectación parece cernirse sobre la población ojeneta. Las calles, en la noche, parecen más despobladas y los faroles parecen irradiar menos luz. Un a oma de chimeneas y carbones y brasas recorre algunas callejas, y los osados que charlan en la plaza lo hacen embozados con foulares de colores. El ambiente prefestivo se ha apoderado de los habitantes de la Villa y hoy se refugian en sus casas para, a partir de mañana, lucir las mejores galas, los trajes de gitanas, la ropa de estreno y tronío para lucir palmito delante del respetable mientras se marcan el compás de uan sevillana. Imagino a las mujeres retocando los talles, los volantes de las mangas, afanadas en la tarea de la costura interminable y precisa. Guardan los ojenetos sus dineros de crisis para poder disfrutar de cuatro días festivos como la ocasión se lo merece, con arte y esplendor... Y así, mañana, esta hurañez monetaria desembocará en comidas y alcoholes, en invitaciones y gastos, en fastos de feria. Y así, mañana, la soledad en las calles se transformará en cante y en baile, en jolgorio y parranada, en fiesta desatada. Y así, mañana, el aroma de chimeneas trocará en olor de aceite tras la fritura de los churros, de los algodones de azúcar, de las lonetas donde se refuguan los cacharritos, las barracas, y el olor particular del Ojén prefestivo se transformará en un lugar común a norte y a sur, en este y oeste, porque en aromas festivos, la Aste Nagusia bilbaína huele igual que la feria de Ojén. Así es. Pero hoy, aún, todavía, esperamos, aguardamos expectactentes el pistoletazo de salida definiivo que nos ayude a olvidar con baile y cante el ahogo de la crisis que nos aprieta. Y nada presagia, ni los aromas, que, mañana, vendrá la feria.