Y SE HIZO LA LUZ

Fue un latizago en el cielo, un golpe largo y seco que acabó con un silencio sepulcral. Después otro, algo más alejado, menos temible. CraaackcrackCRACK. Y la lluvia. Observamos cómo las nubes se agrupaban sobre el Cerro Nicolás, cómo el viento de levante las traía del mar y las depositaba con fiereza sobre una cumbre cada vez más y más oscura. Descendieron hacia el pueblo, como una horda salvaje y silenciosa, mientras se hacían acompañar por la incesante banda sonora de la lluvia. Apenas cinco minutos de brutalidad desatada y luego se disipó, dejando a su rastro la oscuridad absoluta, la ausencia de electricidad y el regreso momentáneo a pretéritos tiempos de velas y carburo. Así nos apostamos en el alféizar de la ventana, para descubrir otros rostros perplejos en las casas más arriba, otras velas encendidas, palmatorias para evitar la oscuridad, voces en el interior d ela escalera que pulsaban el botón general de encendido. Aún era mediodía, pero las nubes incrustadas en el cielo lo ennegrecían todo. Cinco minutos de resignación y... a esperar. Lecturas prolongadas, juegos de cartas, la radio a pilas viva, comida fría, silencio y silencio... Transcurrieron dos, tres, cuatro horas. Hasta cinco. Antes de su regreso definitivo hubo dos amagos dos click-clack-click-pi-pi. Y se hizo la luz. La tarde peridó parte de su magia, pero cenamos caliente.