ME SUBO LOS CUELLOS DE LA ZAMARRA

Hay un estallido de azules en el cielo, por doquier, como un óleo del Van Gogh más luminoso. Pinta así la luz con sus trazos arbitrarios el alar de un tejado, aquella blusa roja tendida en una terraza, el juego solitario de un niño sin colegio, o el paseo matinal de la anciana enlutada. Pinta el sol de azules invernales la mirada de la niña, como si todo lo irara por primera vez. Y detrás del inmenso luminoso el frío, el frío que penetra en la carne descuidada, que curte el rostro del temporero y aja las manos del hombre de campo. Así cae, dejando un velo de rocío sobre la hierba madura y verde, y así entumece las manos y así me trae recuerdos de un invierno de nieves y caldos y de una nevada de mayo y de una día sin colegio ni estufas y de una cena navideña y de las gafas empañadas al brís de los cariños... Hoy aquí, en Ojén, despeja el sol los rastros de bruma y marca el frío su compás lento, cadencioso, pausado... Abro la boca y veo una vaharada de vaho saliendo de ella... Sonrío y me subo los cuellos de la zamarra...