EN LA ESCARCHA DE LOS CRISTALES

Acechante, como un animal herido, el frío hiende sus fauces sobre la carne. Heridos de esa mala gelidez del invierno precipitado con nocturnidad y alevosía, tiritan los cuerpos bajo los abrigos. Anhelo de ese roce humano que nos alienta y calienta en el cobijo de las mantas mañaneras, antes de desperezarse el sol sobre el horizonte de levante, sólo el abrazo es refugio y todo lo que quede fuera de él muere congelado. Y así, lejos del refugio de estos abrazos anhelados, castañetean nuestros dientes en una sinfonía gélida, lloran los ojos ante la brisa glacial, repiquetean los zapatos buscando el calor soñado. Sueña la mente fría con el temblor sucinto del aire desprendido de un café caliente, con la templanza de un caldo de puchero sabio, con el chorreón de hierbas echado al coleto. pero todo son sueños, porque en este Ojén de 4ºc sólo una palabra se dibuja en la escarcha de los cristales. Frío. Y frío.