ESTOS Y AQUELLOS LUGARES

A esta ventana me asomo tras acumular polvo en su alfeizar. Polvo constituido de viajes y de trabajos últimos, de algún exceso. Así, hoy, esta mañana, aseo los cristales para poder ver de nuevo los colores que Ojén me ofrece. Los limpio con detalle, dejo límpida su habitual transparencia. Respiro y evoco los aromas de esta tierra de acogida. Tras la niebla, el cielo gris, las playas salvajes, las ruinas del hierro, los acantilados cortados a pico, los surfistas de invierno, los atardeceres que se van por la colindante Cantabria, el arrullo del ruido bilbaíno, el Guggenheim, el Casco Viejo y su abrazo cálido, los pintxos y su alta cocina, la explicación del pasado, el BEC y ACDC, las buenas compañías, los gratos anuncios y las buenas nuevas, la mirada de aitite, los abrazos de Juana y Benja, Sara, Miriam, Feli... Tras este vaivén de emociones, llegan ahora otras calmas, las de ver al Cerro Nicolás y su desafío incólumes, la templanza del aire en la mañana, la promesa de una playa mediterránea, el cielo azul sólo ribeteado por los naranjas del levante, los rostros cotidianos, la metamorfosis del pintxo en tapa, el calor que se aposenta sobre la piel... Llego a Ojén y dejo en una parte del corazón al Bilbao que me hace vibrar yen el Barakaldo que recorrería a ojos ciegos. Dos realidades en una misma emoción.