COMO UN VENDAVAL

Viajamos. Ronda, Benalmádena, Frigiliana. Las comparaciones son inevitables. Y observo Ojén, lo contemplo con la perspectiva del turista, o con la mía propia de hace más de dos años. Atiendo a sus alféizares recortados contra el cielo, a las callejas blancas que se pierden entre sus laberínticos rincones, su visión sobre el Mar Mediterráneo, los bancales de naranjos en los vestigios de montaña aún sin construir, la mole del Cerro Ojenete desde el que cuelga el caserío, el horizonte marcado por Sierra Blanca al oeste, Sierra Parda al este, Sierra de las Nieves al norte y el inmenso Mediterráneo al sur. Atiendo también a sus gentes de miradas inquisitivas en hosquedades y emociones, de hablar a veces parco con el visitante y en otras dicharachero y volátil, de sentimientos encontrados, de ideologías bruscas, de intenciones varias. Atiendo también a sus perfumes de puchero en invierno, de ollas más livianas en verano, a su gastronomía de arroces, hinojos, sopas y carnes de monte y de sierra. Atiendo a mis emociones contradictorias a este horizonte ya cotidiano con los nuevos ojos del que ve otras realidades, otros municipios, otros lugares. Aún no conozco suficiente. Aún no me siento capaz de evaluarlo, pero el boceto de una idea está surgiendo dentro de mi cabeza, como una ráfaga de viento a punto de convertirse en vendaval.