LA CANÍCULA, LA NOCHE Y EL DEPÓSITO DE AGUA

Aprietan los calores caniculares de este verano en ciernes. Calores que aprietan hasta expugar la última gota de sudor. Se vive así al refugio de las sombras, a la búsqueda de las brisas, al refresco de los caños de agua. A la espera de la noche. Y es aquí, cuando se divisan las luces de los barcos camino del Estrecho, cuando se ve cómo serpentean las farolas en la falda del monte. Antonia y yo bajamos a la calle. Caminamos diez metros hasta el depósito de agua. Y, ahí, nos sentamos. Comprobamos cómo el frescor de la noche sobre la piel. Charlamos bajito. Vemos cómo los faros de los barren la carretera camino de la villa. Con los nuevos prismáticos jugamos a distinguir las construcciones en la distancia a poner nombre a las montañas a vislumbrar si cabe el destino de este o aquel vecino en lontananza. Esta es la realidad de alguna de las noches. Otras, se rinden igualmente a la canícula y entre el sudor y el embozo sólo se puede optar por poner la radio y escuchar las pericias de los locutores y los oyentes nocherniegos. Hoy a refrescado y mi corazón lo agradece.