Es una luz suave y delicada la que nos trae el otoño. Decadente y siempre crepuscular. Duran largo los atardeceres, laaaaaaargo. Caen sobre las azoteas donde se mecen las ropas a secar, sobre las cimas de las montañas que se aferran a ellos por miedo a la noche, sobre las paredes que tornan de color inmaculado a naranja furioso y después a ocre desvaído y después a lila demacrado y después a morado intenso y después a negro anochecida, sobre el hombre que pasea y la mujer que le agarra la mano, sobre aquella casa de la colina que parece desvanecerse en sombras. Caen los atardeceres. Largos.Subid los altavoces y dejad que Miles y Adderley os lleven en volandas sobre los últimos rayos de sol.
2 comentarios:
¡Genial, Israel!
Tan solo una disonancia: tú hablas del atardecer y yo te leo con deleite antes de que nazca el nuevo día.
¡Magnífico!
Vivo los colores de esos atardeceres de otoño a mil kilómetros pero contar como tu lo cuentas...¡DELEITE TOTAL!
Gero arte,pedazo tesoro.
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