La placidez también acaba. Vaivenes de carretillas y andamiajes, paletas, sacos y excavadoras, camiones, tejas, furgonetas, escaleras, hormigoneras, volquetes, cubas... Así los adoquines de la Calle Rosal soportan el trajín cotidiano de los operarios cada jornada. Asomo la mirada a la ventana y observo cómo deambulan por sobre los tejados, desprotegidos, desamparados, despreocupados. Los polipastos que ruedan las cuerdas hacia el suelo con los materiales anudados. Los gestos y voces de unos y otros, los cánticos de las radios a pilas. La hora del bocadillo. El insistente pitido de la camioneta cuando circula marcha atrás. El camión de Repsol Butano. Sólo en dos o tres calles apenas, Rosal, Alberti, Paseo del Nacimiento, parecen concentrarse en las templadas mediodías los designios de las obras ojenetas. La placidez acaba, despacio se adentran los sonidos de la metrópoli entre las huertas de naranjos casi relucientes, se ocultan en los bancales, tras las higueras, esperando que una teja se rompa o una casa se edifique para asaltarte si no está prevenido. Los ruidos cosmopolitas y el canto de los pájaros de invierno conviven en esta placidez rota del Ojén que me gusta.
1 comentario:
Menos mal que están en tejados no muy altos.Cada vez que veo un trabajador en el tejado no puedo mirar.Aitite solía subirse al de la casa de El Rosario y un día cuando vine del cole y le vi desde la iglesia se Sanvi....No se si desde entonces....Quiero ver una foto de un naranjo casi reluciente.Agur.
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