Parece que el otoño ha llegado con todo su aparataje de ínfulas lluviosas, de rabias ventosas. Se ha instalado en la comodidad natural del Cerro Nicolás y desde allí insufla aires enloquecidos, lluvias permanentes y desgarradoras. Así se desgaja la tierra en fragmentos que ruedan por la carretera como fragmentos de un metiorito extinto, como la pedrada de un niño contra el suelo. Algunas mujeres se protegen de la bajada de temperaturas con foulares de colores y bufandas suaves de algodón. Los hombres se suben los cuellos de las pellizas y aunque el frío aún no aprieta, ya se rastrea en el aire el aroma intenso de las chimeneas encendidas. Ha trocado de aspecto el paisaje de mi ventana, del atroz cincelazo que el sol aplicaba contra el cielo, contra las terrazas, contra las esquinas y sombras, al mullido perfilado por las brumas y el espejismo verde de la lluvia. La tierra ha adquirido un color más intenso, más fuerte, más profundo, igual los árboles y la hierba que ya no se agosta bajo la pesada bota del sol. Se ha instalado y parece querer quedarse. Yo ya le he abierto las ventanas de la Calle Rosal y casi le veo instalado sobre el sillón orejero donde remato El Gatopardo de Lampedusa... Le daré le tiempo de una canción... Dilema, de Lori Meyers...
4 comentarios:
Y sobre todo la luz.¡Cómo me gustan las matizaciones de la luz otoñal!
Aquí no se si ha instalado o no.Por ahí anda rondando....bezos...gero arte.
Espejismo verde de la lluvia.Me gusta mushhoooo
NO PUEDO OIR EL TEMAZO.
AHORA SÍ.LO ESTOY ESCUCHANDO.
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