PINTANDO LA MAÑANA

El sol lame las laderas con esa lengua suya anaranjada y matinal. Las montañas que circundan Ojén lucen en sus penachos la paleta inusitada de los ocres y de los naranjas, pintura interrumpida por las líneas de sombra que otras cimas proyectan en su base. Sigue el sol su recorrido elíptico en el cielo y la tintura de esos colores recios desciende por las laderas, poco a poco, en un brochazo de exquisita lentitud. Se superponen los verdes sombríos de la mañana, húmedos de rocío, y la vivez de ese resplandor ora tostado, ora pardo que se asume desde el cielo de la mañana. Se combinan los azafranados tonos del sol levantino y la duermevela aún profunda de las calles de Ojén. El Cerro Nicolás impone su mole anaranjada, el Cerro Ojenete despunta de luz en su cima, mientras, aún el Pecho Santo parece guarecido en su oscuridad nocherniega. Me asomo a la ventana con un café en la mano y contemplo el espectáculo que la naturaleza me ofrece. Alargo la mano hasta el horizonte de la crestería y pinto de colores la falda que mana desde el Mirador del Corzo hasta el café que me tomo en la calle Rosal...