Llegó hasta mí en mi infancia del norte como un soniquete
que mi padre tocaba sobre cualquier superficie susceptible de provocar sonidos,
preferiblemente en el ascensor de nuestra casa de Barakaldo. Como niño que era,
imitaba el toque de manera torpe, hasta que se incorporó a mi vida con la facilidad
de lo aprendido en la infancia para olvidarlo de manera inmediata.
Mucho tiempo después, la vida me trajo hasta Málaga en 2006,
el amor, la vida, tal para cual. Y el azar me condujo hasta un pueblo que tenía
en la mirada el mar Mediterráneo y en la espalda el aliento rocoso de Sierra de
las Nieves. Ojén.
Entre los comentarios que suscitó este traslado en el tiempo
y en el espacio, alguien hizo un apunte que me retrotrajo de inmediato hasta
aquel recuerdo infantil casi olvidado. Ojén, claro, el pueblo de "una
copita de Ojén". Un flashback fulminante me llevó de nuevo hasta aquel
ascensor de Barakaldo.
Primero pudo en mí la incredulidad. Después la curiosidad.
Por último la auténtica intriga.
Aquel soniquete había viajado no sólo mil kilómetros de
distancia sobre los mapas, sino casi cuarenta años en mi vida. La deformación
profesional de plumilla me llevó a preguntar aquí y allá. Y la historia resultó
apasionante.
Aquel aguardiente elaborado con uvas de los Llanos de Puzla había
germinado en el ingenio de Picasso y de Camilo José Cela, se había trasladado hasta
la exótica Kapurtala de la maharaní Anita Delgado, había formado parte de las
artes culinarias europeas en el siglo XIX. Y después, se había esfumado en el
tiempo.
Luego llegaron hasta mí la leyenda, las formulas secretas,
la imaginería popular.
Y la realidad. Realidad que hablaba de una pequeña empresa
familiar, del empeño de un hombre, Pedro Morales, de un sueño inaudito, de un
éxito fagotizador, de la muerte del alma mater del aguardiente y de su
posterior extinción.
Hasta hoy.
El ayuntamiento de Ojén inaugura mañana el nuevo museo del
aguardiente, un lugar donde hacer memoria y justicia a su embajador más
internacional. Y una empresa ojeneta, alimentada por el sueño de una empresaria
belga, reedita un aguardiente de Ojén que persigue denodadamenmte la fórmula
del desaparecido licor.
En mi memoria, azuzada ahora por el conocimiento más íntimo
e estas dos novedades, queda más vívido que nunca el recuerdo de aquel
soniquete que mi padre tocaba en aquel ascensor de Barakaldo. Tan ta ta tan tan
tan tan.
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