Mi sangre norteña malvive con estos calores sureños, más
propios de un tórrido drama de Tennessee Williams que de mi imaginario
personal.
Añoro el frescor de la tarde como quien añora un amor pasado,
la pelliza subida hasta el mentón mientras el aire frío del otoño azota mi
azotea pelada, la chamarra cruzada sobre el pecho, la gorra calada hasta la
frente.
Este verano del sur ha traído hasta mí cierta pereza,
"esa lánguida pereza desnuda" que decía el poeta. Una pereza que
tiene más que ver con el dejarse llevar por las horas que por la decisión o
querencias de no hacer nada. Pasan los minutos de la tarde agostada, uno tras
otro, entre la brisa crujiente y el chirrido omnipresente de las chicharras.
Uno o dos pájaros trinan y se oye un chapoteo en el fondo de una piscina
lejana.
Este verano del sur ha traído hasta mí ciertas costumbres
nocherniegas. Aquella sabiduría ancestral de reunirse a la fresca con los
amigos y dejar las horas más tiernas de la tarde para las siestas y los
quehaceres muelles, suaves, que no exijan un desfogue excesivo. La fresca ante
la puerta de la casa, o en la terraza del bar, a la sombra de la iglesia, bajo
la dama de noche.
Este verano del sur ha traído hasta mí cierto gusto
desaforado por la sandía. Corazón rojo, palpitante. Sandía en el rebalaje de la
playa que refresca sin enfriar y mantiene viva el alma de tan noble fruto.
Sandía a punto de congelación en forma de helado infantil que chorrea por las
comisuras. El caldillo de la sandía, sabio como una auténtica sopa sabia, premio
codiciado por mi Daniela de dos años.
Este verano del sur ha traído hasta mí cierta necesidad de
inmersión. No diré que antes no apreciara el agua, siempre me he considerado un
ser acuático, pero ahora el gusto es necesidad. Sumergirse, de cuerpo entero,
mejor a cuerpo gentil si el lugar lo favorece. Mojarse, remojarse, humedecerse
en el mar playero, en la fuente de los chorros de Ojén, en cualquier piscina
prestada. Sentir el agua fluir a tu alrededor, que me envuelva, que evapore los
calores que me atenazan.
Este verano del sur ha traído hasta mí el placer de la playa
tardía. De contemplar el atardecer con los pies en el mar. De observar cómo las
siluetas se alargar hacia levante haciendo gigantes sobre la arena. De sentir
cómo esa misma arena se enfría bajo mis pies. De ver aparecer los primeros pescadores
de costa. De abrazarme a Daniela y a Antonia con la toalla enrollada a nuestros
cuerpos. De ver cómo se perfila el peñón de Gibraltar en el horizonte difuso.
La tarde, en la playa.
Bien vale padecer estos calores demoníacos por haber
conseguido disfrutar de estos pequeños placeres... La pereza, la fresca, la
sandía, el agua, la playa tardía...
Suspiro en el vaho de la tarde y contemplo como va cayendo el
sol...con una sonrisa.
MÚSICA: Chambao "Instinto Humano"
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