viernes, 20 de febrero de 2015

Carnaval




 Nunca me han gustado los carnavales. Mi absoluta falta de ingenio y mi perfecta torpeza para cualquier tipo de manualidad es muy probable que hayan influido en esta falta de apego por las carnestolendas.

Observo con detenimiento la audacia e imaginación de muchas personas, que son capaces de realizar una genialidad con dos trapos, unas gafas de sol, una pamela y un abanico. Observo e intento aprende, pero soy incapaz, incapaz. Y no es nuevo, porque me lleva pasando desde la adolescencia, cuando mi familia y amigos dejaron de fabricarme los trajes para que servidor volara libre, y se estrellara.

Aún recuerdo un disfraz con 16 años. La idea era magnífica, la ejecución, terrible. El resultado, horrendo, un ente ambiguo que no era una cosa ni la otra, sino todo lo contrario. 

Y así año tras año llegan los carnavales y la gente me pregunta… ¿Tú no te disfrazas? Antes intentaba explicar la aversión que había adquirido por los carnavales a causa de mi complejo de cero a la izquierda sobre estos asuntos, pero ahora, ya con cuarenta en la chepa, simplemente digo que… bueno, no me gusta disfrazarme. Pero no es del todo cierto.

Porque por obligaciones laborales de otro tiempo, llegué a disfrazarme de spiderman para colgar de una arnés en un plató de televisión, o a caracterizarme para realizar algunas entrevistas en la calle a pie de cámara. En el fondo, me gusta, lo que ocurre es que no acabo de dar con la tecla, lo dije, ni del ingenio ni de la mano para confeccionar un disfraz con ciertas garantías de éxito.

Este problema que sólo me atañía a mí y que llevaba con cierta dignidad, ahora se ha trasladado a Daniela, mi hija de tres años. Ayer tuvo que disfrazarse de turista para la fiesta del colegio. Un disfraz relativamente sencillo que si no llega a ser por la ayuda misericorde de su santa madre, aún estaría desarrollándose en mi mente. Menos mal. La cosa quedó apañada y salimos con aire del asunto.
Pero, en esta época preelctoral, a otros y a otras el invento del disfraz les sale peor que a un servidor. 

Hay un puñado de gentes que en estos días se colocan la máscara de honradez, respeto y dignidad con el fin de pasar también con aire un trance, esta vez no un disfraz de colegio, sino un trance electoral. En sus antifaces nada trasluce de sus intenciones. 

Pero ojo, fijaos bien, justo ahí, justo en el punto intermedio entre el ojo y la oreja se ve en muchos y muchas un pequeño agujero por donde pasar la goma de la careta. Viva el Carnaval. Viva el Carnaval electoral.


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