viernes, 13 de febrero de 2015

Amor



Decía Kirmen Uribe en su última novela que es el amor lo que mueve el mundo. Amor por la vida latente, por una causa trufada de utopías, por la sangre que a uno le atañe, por una mirada de niña, por la calidez de una mano, por la fiereza del sexo joven. Amor por un mar en calma, por una canción susurrada, por la brisa fresca de la mañana en el rostro. Amor por un paisaje yermo, por una tierra lejana, amor por la arena cálida sobre los pies. Amor incondicional e inexplicable, amor férreo por tu amigo, por tu amiga. Amor.

En estos días escucharemos mil y una veces ese mantra que proclaman algunos al viento. Para mí el Día de los Enamorados debe ser todos y cada uno de los días, y no sólo este. Y es precisamente éste el único día que no festejan su amor por la vida. Aunque no lo sepan, eso también es amor, amor contradictorio.

Yo amo la tierra en la que nací, el Bilbao gris de los ochenta, el Barakaldo fabril de mis antepasados, la margen izquierda de la Ría del Nervión, proletaria e izquierdosa. También amo esta tierra del sur  que me recibió, con su mar calmo y sus atardeceres lánguidos con un sol perezoso que desciende lento, lento, lento sobre el horizonte….

Pero por encima de todas las cosas amo a las personas. A mis amigos y amigas con una intensidad creciente, a mi familia por única. A Daniela, mi hija, gitana vikinga, que vino a remover todas mis certezas acerca del mundo. Y A Antonia, mi mujer, mi compañera. Luz plagada de zetas, a la que mucho tiempo atrás quise dedicar este torpe poema.

número 114

No me acostumbro aún
a descubrir tu vestido verde
sembrado en mis jardines,
ni a la flor de agua de tu sexo
latiendo entre mis labios.

Tampoco sé porqué mis dedos
conocen los secretos inabarcables de tu pecho,
ni la sugerencia que suponen el testimonio de tus piernas
como el camino único directo al paraíso.

No voy a pensar en las razones
por las que se me enreda la boca en tus labios,
ni el motivo de tus mordiscos
sobre el secreto de mis hombros.

Sólo sé que descubro mis jardines
y mis labios y mis dedos y mi boca y mis hombros
al dulce enigma de tus deseos.

Que viva San Valetín, ese gran invento de los grandes almacenes, que nos permite decir en público algunos versos que sólo nos atrevíamos a decir en privado. 

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