miércoles, 11 de febrero de 2015

El Buey



 
Un buey.

Solo. En mitad de un prado. Un buey bien cebado, desproporcionado, poderoso, de cierta languidez. Pasea lento su totémica figura por el prado y pasta, rumia, en su cortijo, su mundo próximo. De tanto en cuando yergue su cabeza con despacio y mira cómo el mundo discurre a su alrededor. Espanta un par de moscas molestas con el rabo siempre con cierta lasitud, baja la testuz poderosa y vuelve a rumiar. Nada le afecta.

Un buey,  metáfora de los grandes partidos que una sociedad y un sistema han cebado hasta la extenuación, dándoles el poder omnímodo para que reinaran a sus anchas en su prado.  Un cortijo particular en el que nada o poco les afecta y desde el que ven el mundo con la distancia indolente de los supervivientes, de los necesarios. Un buey que levanta la mirada sólo cuando se le aburre con alguna impertinencia. Un buey lento, carente de reflejos, sin cintura, bien cebado. Un buen semental que perpetúa su descendencia ad aeternum. Un buey que no se mezcla con gallinas ni con ovejas ni con cerdos. Un espécimen sobre el que la vida de la granja ha girado de manera permanente. Un buey que reina en un prado. Reinaba.

Visto desde la valla, la imagen de ese poder de la naturaleza se pervierte un tanto. Desde allí el buey no parece un ser descomunal, más bien un bóvido bien nutrido. Su lentitud más se asemeja al pecado capital de la pereza  y su actitud indolente, más a la ignorancia que a la sabiduría natural. Sus ojos parecen pequeños y su mirada ciertamente cainita. Sus pezuñas han pisoteado la hierba en derredor y lo que antes era tapiz verde ahora ha trocado en lodazal. Pero a él nada le afecta.

Lo que el buey no sabe, es que un día dejará de ser útil, y entonces el granjero optará por su sacrificio. Observará cierto movimiento alrededor y su mansedumbre se transformará en furia. Intentará huir, pero ya no podrá, su exceso de peso le impide correr. Agitará la cola para espantar las moscas, pero éstas acudirán a centenares y ya resultará imposible acabar con todas. Se dará cuenta, tarde y mal, que no es imprescindible y ese será el fin de su reinado.

Pero cuidado.

El granjero necesita un buey.

Y allí hay un ternero al que ya está sobrealimentando.

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