Margen Izquierda de la Ría del Nervión. Años 80. La
industria siderometalúrgica se desmorona. Las fábricas mastodónticas muestran
sus pies de barro y miles de personas pierden sus empleos. El acero aún late en
el cielo vizcaíno al compás que marcan unos Altos Hornos moribundos. La clase
obrera padece la desindustrialización en carne propia. Se termina una forma de
vida. El rock radical vasco da muestra de ello, da fe de esa desesperación
social que marca el ritmo del futuro. Los adláteres de ETA campan a sus anchas
en el Casco Viejo de Bilbao y la banda terrorista muestra su cobardía con un
atentado por semana. Las tensiones sociales son evidentes, el tejido que se
entrecruza en aquella década habla de intensos movimientos políticos y sindicales,
de manifestaciones, de lucha casi clandestina, con tanto miedo subsumido en el
adn tras cuarenta años de franquismo que aún acogota hasta a los más decididos
y valientes. Reuniones eternas en las sedes. Cientos de cigarrillos, mucho humo
y vocerío. Mil discusiones sobre las acciones a tomar. El pueblo no se queda
parado. Mira a sus gobernantes de tú a tú. Aún los partidos políticos luchan
codo a codo con ellos, enfangándose en la lucha por un futuro, no ya mejor, si
no por un futuro.
Criado en aquellas lides, con una familia políticamente
comprometida y sindicada, con una industria en descomposición a ojos vista y sumergido
en una sociedad recia y dura de hombres y mujeres que luchaban por un ideal,
cuando cumplí 18 años acudí a votar con la conciencia clara de que con mi voto
aportaba algo, no sé si era importante, pero para mí resultaba un episodio
destacado en mi vida. Aún lo recuerdo. Era el colegio Gorostiza, acompañado de
mi madre, unas elecciones generales. Voté a calzón quitado, con el corazón.
Luego vino todo lo demás.
En este 2015, ir a votar cuesta. Es casi un ejercicio de fe.
Vista la catadura moral de tantos servidores públicos, la falta de empatía de
la mayoría, el escaso interés por el servicio público de otros tantos, los
intereses varios con los que se confeccionan las listas electorales, la falta
de democracia interna de los partidos tradicionales, el populismo descarnado de
los emergentes y la bajura intelectual de casi todos, en este 2015, ir a votar
cuesta.
Pero el adn fabril de aquella Margen Izquierda de la Ría del
Nervión aún impregna todos mis poros de memoria electoral. En mi conciencia
ciudadana aún tengo 18 años con el regreso de cada elección y pese a la ley
D’hont, siempre ha calado en mí la filosofía de “One man. One Vote”. Así lo creí la primera vez. Y así lo sigo
haciendo.
MÁS TARDE: Repaso
en la noche la prensa diaria costasoleña. La serpiente recorre mis entrañas en
busca de mi conciencia. El panorama es desolador. Ejercicio de fe.
11/MAR/2015
Noticias 21 | siempremarbella.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario