La amistad es un refugio, un aliento, un compromiso fiel con
la vida.
La amistad es un entendimiento entre iguales, libre y
poderoso, que tiene su fundamento en el amor, el respeto y la complicidad.
La amistad no entiende de épocas, ni del transcurso del
tiempo, de años, de décadas.
La amistad se forja en los cimientos de lo íntimo, de lo
personal.
No sabemos cuáles son sus mecanismos, ni donde abundan sus
equilibrios. No sabemos porque aquí sí se deposita esa simiente y aquí no. Nada
tiene que ver la amistad con la cercanía ni con la proximidad, sino con un lazo
empático que nos lleva al entendimiento.
Los científicos, los antropólogos, los sociólogos podrán
bucear en la historia de la humanidad hasta su génesis, y para referirse a la
amistad hablarán de comportamientos gregarios, de cooperación necesaria para la
supervivencia, de tratos interesado. No osaré poner en duda sus estudios y
conocimientos, jamás, pero yo siento otra cosa.
Una sonrisa cómplice, un abrazo duradero, una emoción
interna, un deseo al punto.
Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua que
amistad, en su primera acepción es afecto personal, puro y
desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el
trato.
Puro, desinteresado,
compartido. Palabras troncales para definir ese sentimiento de afecto hacia el
otro.
Quiero ser leal a mis
amigos y a mis amigas. Leal a nuestros aciertos y a nuestros errores, a nuestros lugares comunes y
nuestras charlas particulares. Soy consciente de su afecto, pese a mis fallos
estrepitosos, y anhelo siempre su abrazo, su compañía. Hemos compartido dolor y
alegría y muchas noches enloquecidas e iluminadas, también confidencias y
desgarros, amor, sexo, odios y tristezas.
Hemos compartido, en
definitiva, la vida.
Dejo de escribir, cojo un teléfono,
y llamo.
La múisca que acompaña el artículo no puede ser otra, "Try (with a little help from my friends)", la versión de Joe Cocker en Woodstock
No hay comentarios:
Publicar un comentario