Ni la presunta veteranía que otorga que este curso sea su
segundo curso, evita que el corazón te haya aleteado a mil por hora. Has
intentado racionalizarlo, asegurarte de que va a estar bien cuidada,
magníficamente atendida, que es necesario en su proceso de socialización, que
debe salir de la zona de protección de la familia… Esas cosas que se dicen el
alto para alivio propio, pero sin el más mínimo convencimiento.
Luego, la has visto con su mochila en los hombros, los ojos
trufados de asombro, cierto mohín en la boca que no has sabido si era sonrisa o
llanto al punto. Y te ha parecido tan pequeña como el primer día de aquel
primer curso. Indefensa, débil, desprotegida. Y toda la monserga psicológica
que te has autoimpuesto se ha desmoronado como un castillo de naipes, porque lo
que realmente has deseado es que ese momento pasara, salir de los límites que
impone el colegio y llorar a moco tendido.
Esta primera mañana ha sido larga, eterna. Has mirado el
reloj una y mil veces y los dígitos han cambiado despacio, excesivamente
despacio. Has ido a trabajar, o a hacer cuatro recados o a casa o a dar un
paseo y tu cerebro ha permanecido partido en dos. Un fragmento aquí, contigo,
en el quehacer cotidiano, y otro allí visualizando el interior del aula, con él
o con ella.
¿Estará bien? ¿Jugará? ¿Cómo se encontrará? Mil preguntas. Ya
te conoces las teorías de Supernnany, esas que dicen que en dos minutos se le
ha pasado el berrinche. Lo sabes por supernnany y por propia experiencia, pero
eso no te ha quitado en toda la mañana el pulso de nervios, la excitación, el
interrogante, el suspiro.
Has mirado el reloj de nuevo. No ha pasado ni una hora. Otra
vez. No han pasado ni cinco minutos.
Ay.
Ahora, cuando apenas faltan unos minutos para las dos, te
encuentras en la puerta, esperando ver cómo aparece, queriendo escrutar ya su
cara para vislumbrar algo, para intentar saber cómo lo ha pasado, si ha
disfrutado, si el reencuentro ha sido en positivo.
Suena el timbre.
Se abre una puerta.
Se oyen unos gritos de júbilo.
¿Es esa melena rubia la suya? Ay madre, qué ganas de verla,
de abrazarla, qué ganas de que me cuente.
Cuento esto en la radio mientras yo mismo espero a que
Daniela salga, espero abrazarla, espero que me cuente….
¡¡Ahí está!!
¿Es ella?
SER MARBELLA COSTA DEL SOL, La Firma
10/SEP/2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario