viernes, 11 de septiembre de 2015

Segundo primer día

Ni la presunta veteranía que otorga que este curso sea su segundo curso, evita que el corazón te haya aleteado a mil por hora. Has intentado racionalizarlo, asegurarte de que va a estar bien cuidada, magníficamente atendida, que es necesario en su proceso de socialización, que debe salir de la zona de protección de la familia… Esas cosas que se dicen el alto para alivio propio, pero sin el más mínimo convencimiento.

Luego, la has visto con su mochila en los hombros, los ojos trufados de asombro, cierto mohín en la boca que no has sabido si era sonrisa o llanto al punto. Y te ha parecido tan pequeña como el primer día de aquel primer curso. Indefensa, débil, desprotegida. Y toda la monserga psicológica que te has autoimpuesto se ha desmoronado como un castillo de naipes, porque lo que realmente has deseado es que ese momento pasara, salir de los límites que impone el colegio y llorar a moco tendido.

Esta primera mañana ha sido larga, eterna. Has mirado el reloj una y mil veces y los dígitos han cambiado despacio, excesivamente despacio. Has ido a trabajar, o a hacer cuatro recados o a casa o a dar un paseo y tu cerebro ha permanecido partido en dos. Un fragmento aquí, contigo, en el quehacer cotidiano, y otro allí visualizando el interior del aula, con él o con ella.

¿Estará bien? ¿Jugará? ¿Cómo se encontrará? Mil preguntas. Ya te conoces las teorías de Supernnany, esas que dicen que en dos minutos se le ha pasado el berrinche. Lo sabes por supernnany y por propia experiencia, pero eso no te ha quitado en toda la mañana el pulso de nervios, la excitación, el interrogante, el suspiro.

Has mirado el reloj de nuevo. No ha pasado ni una hora. Otra vez. No han pasado ni cinco minutos. 

Ay.

Ahora, cuando apenas faltan unos minutos para las dos, te encuentras en la puerta, esperando ver cómo aparece, queriendo escrutar ya su cara para vislumbrar algo, para intentar saber cómo lo ha pasado, si ha disfrutado, si el reencuentro ha sido en positivo.

Suena el timbre.

Se abre una puerta.

Se oyen unos gritos de júbilo.

¿Es esa melena rubia la suya? Ay madre, qué ganas de verla, de abrazarla, qué ganas de que me cuente.


Cuento esto en la radio mientras yo mismo espero a que Daniela salga, espero abrazarla, espero que me cuente…. 

¡¡Ahí está!! 

¿Es ella?

SER MARBELLA COSTA DEL SOL, La Firma
10/SEP/2015

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