LA MAÑANA APRENDE

La mañana se despereza, inquieta, y pinta las estribaciones de la Sierra de las Nieves de rosa pálido, aún sin decidirse, como un bosquejo o una pintura naif. La mañana, aún reciente, recoge los aromas de los hogares y así se desprenden de ella el aroma a café oscuro y cerrado, el olor incipiente de las tostadas recién hornedas, el perfume aún tibio de los niños recién levantados, la fragancia dulzona del colacao. La mañana, aún novata, va perfilando el detalle de las cosas y lo que antes era sólo un borrón ahora adquiere la forma de un pájaro, de un perro dormido, de un naranjo, del perfil de una sierra, de un hombre con un cubo azul bajo el brazo, de un coche accidentado, de una veleta, de una chimenea... La mañana madura y presenta el mundo sin ambages, tal y como el sol lo define, ya no se esconden entre las marañas de la noche esas cosas que conforman la realidad, ahora se dibujan con una nitidez casi lacerante. La mañana avanza en cada paso, en cada minuto y madura con el tiempo. Se desembaraza de los primeros aromas, de las primeras imágenes y comienza a construir otras, más sólidas, más concretas. La mañana diluye el secreto de la noche y avanza, sin descanso hacia el mediodía, cuando todo esté ya definitivamente dibujado.