Parece
que el ministro Wert desea con ahínco aplicar el tan popular refrán de "la
letra con sangre entra" para imponer, a base de rodillo parlamentario, una
nueva ley educativa que a todas luces nadie quiere.
La
educación pública es una piedra totémica del desarrollo del estado del
bienestar. Una educación para todos que garantiza la igualdad de oportunidades,
que concita la conciliación social y que ofrece a los estudiantes y sus
familias la posibilidad de un futuro mejor. El desarrollo profundamente
ideológico de la ley Wert, íntimamente ligado a la elitización del desarrollo
educativo, puede terminar con este axioma fundamental y transversal tan
necesario para el desarrollo social igualitario. Educación de calidad para
todos por igual.
La
crisis y su contexto son un argumento fieramente poderoso para colocar sobre el
tapete la necesidad de los cambios con los recortes como herramienta quirúrgica
para soslayar la situación económica. Se razona que el sistema se tambalea y que
es necesario buscar una alternativa. Y esa alternativa pasa por excluir de la
educación pública a una gran masa social para permitir la permanencia de una
minoría de élite capaz de abordar el nuevo peaje.
Los
datos son abrumadores. En los últimos dos años las tasas de matriculación
universitaria han aumentado un 60% y la matrícula en formación profesional un
122%; los máster deben sufragarse por el alumnado en un 50%, si son baratos
quizá una familia podría asumir el gasto pero si son caros sólo podrá acceder a
ellos una minoría. La nueva ley también afecta a las ayudas y el rendimiento
académico elevando del 5,5 al 6,5 la nota mínima obligatoria para poder recibir
otras ayudas además de la matriculación. Y a las becas de residencia y renta,
bajando en torno a 1500 euros las ayudas para el alumnado proveniente de fuera
de cada comunidad autónoma que el curso pasado podían llegar a los 6.500 euros.
Y en un retruécano que raya lo inquisitorial, el ministerio ha elaborado un
listado de estudiantes morosos que deberán devolver la cuantía de las becas
recibidas e impagadas.
Con
estos mimbres se puede confirmar la detonación definitiva de la enseñanza
pública entendida como uno de los valores de equilibrio e igualdad forjados por
el estado del bienestar. Sólo podrán acceder a la enseñanza universitaria y
profesional aquellos que reúnan las condiciones económicas necesarias.
Esto
en lo que respecta a la enseñanza universitaria, en infantil y primaria y
bachillerato el sesgo ideológico pesa aún más. Segregación por sexos, religión
como asignatura puntuable y obligatoria, modelos lingüísticos impuestos, las
competencias de las comunidades autónomas recortadas. La lista de posibles
agravios se extiende ad infinitum. Po no entrar a valorar la precarización
laboral del personal docente y no docente, que comienza a rayar lo espartano.
El
detonante ha sido la ley Wert, la forma de imponer su doctrina y su reforma,
sin consenso, sin el apoyo de ninguno de los grupos parlamentarios, sin el
concurso de los sindicatos de educación,
sin escuchar a la ciudadanía que clama por un cambio, sin atender a las voces
de los profesionales de la docencia.
Pero
el problema es viejo y manido.
España
ha padecido 12 reformas educativas en 35 años de democracia: LGE, la LODE, la LOGSE, la LOCE,
la LOE... y desde esta semana la LOMCE. Ninguna
de ellas ha cuajado y los resultados de los sucesivos informes pisa son
claudicatorios, ninguna ha obtenido los resultados deseables.
El problema, quizá sea al final,
que la educación ha servido en España como un arma arrojadiza, como un
instrumento de imposición ideológica y no ha buscado el consenso de todos para
el bien común: una enseñanza pública de calidad que estuviera por encima de las
siglas de los diferentes gobiernos y que garantizara una formación de
excelencia para todos. No es así. Y no lo será en el futuro.
Pero
queda la advertencia: la educación por imposición y adoctrinamiento sólo enseña
una cosa.
Publicado el 24 de octubre de 2013 en los medios digitales de Editorial Prensa Ibérica a través de La Opinión de Málaga.
LAS ESTACIONES Y LOS DÍAS: Con sangre entra
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