viernes, 8 de noviembre de 2013

Nos gusta el cotilleo

En estos días que tanto se habla de espías hay que admitir que...

Es indudable que nos gusta fisgonear, cotillear, entrometernos en la vida ajena para compararla con la propia. Abrir someramente las cortinas de la ventana para comprobar qué hacen en su intimidad cotidiana nuestros vecinos, nuestras amigas, nuestra familia. Descubrir el secreto mundano de una vida tan similar a la nuestra, tan parecida, que asusta.

Plaza común del ser humano querer enterarse de lo ajeno, mirar de refilón qué libro lee el compañero de autobús, con quién se pasea de la mano el hijo de María, cuánto gana la vecina del quinto, quién es el tipo aquel que anda solitario en el horizonte, o cómo se llama la nueva novia del tío Paco.

Información mayormente inútil que sólo sirve para alimentar nuestro puro afán de cotilleo.

Cuando somos protagonistas activos de ese espionaje en pantuflas, nos regodeamos al conocer el secreto y más aún al contarlo a terceros.

Cuando, por contra, somos protagonistas pasivos de ese escrutinio, víctimas del ojo ajeno, de su lupa escrutadora, de su objetivo, sentimos violada nuestra intimidad, nuestra vida, y alzamos gritos al cielo y maldecimos al cotilla por importuno, por entrometido, por fisgón irrefrenable.

Estas últimas semanas nos toca rasgarnos las vestiduras.

Nos han espiado. 

Hemos sabido que se han interceptado 61 millones de llamadas en el último mes en España. Han hundido su hocico en la intimidad de una sociedad. Y lo más vergonzante no es que se hayan descubierto, que se hayan hecho públicos ciertos pecadillos oscuros de un país. Lo peor es que el espionaje lo han realizado los nuestros y que además han tenido la desfachatez de intentar ocultarlo.

Ingenuos. 

Todo se sabe. 

Todo acaba sabiéndose. 

La CIA tiene su topo, tiene su Edward Snowden. 

Nosotros siempre hemos tenido a nuestra Vieja del Visillo.

CADENA SER COSTA DEL SOL, firma invitada.
07/NOV/2013

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