En estos días que tanto se habla de espías hay que admitir
que...
Es indudable que nos gusta fisgonear, cotillear,
entrometernos en la vida ajena para compararla con la propia. Abrir someramente
las cortinas de la ventana para comprobar qué hacen en su intimidad cotidiana
nuestros vecinos, nuestras amigas, nuestra familia. Descubrir el secreto
mundano de una vida tan similar a la nuestra, tan parecida, que asusta.
Plaza común del ser humano querer enterarse de lo ajeno,
mirar de refilón qué libro lee el compañero de autobús, con quién se pasea de
la mano el hijo de María, cuánto gana la vecina del quinto, quién es el tipo
aquel que anda solitario en el horizonte, o cómo se llama la nueva novia del
tío Paco.
Información mayormente inútil que sólo sirve para alimentar
nuestro puro afán de cotilleo.
Cuando somos protagonistas activos de ese espionaje en
pantuflas, nos regodeamos al conocer el secreto y más aún al contarlo a
terceros.
Cuando, por contra, somos protagonistas pasivos de ese
escrutinio, víctimas del ojo ajeno, de su lupa escrutadora, de su objetivo,
sentimos violada nuestra intimidad, nuestra vida, y alzamos gritos al cielo y
maldecimos al cotilla por importuno, por entrometido, por fisgón irrefrenable.
Estas últimas semanas nos toca rasgarnos las vestiduras.
Nos han espiado.
Ingenuos.
Todo se sabe.
Todo acaba sabiéndose.
La CIA tiene
su topo, tiene su Edward Snowden.
Nosotros siempre hemos tenido a nuestra Vieja
del Visillo.
CADENA SER COSTA DEL SOL, firma invitada.
07/NOV/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario