Líderes, como dicen los gallegos de las meigas, haberlos,
haylos.
Los movimientos y las fintas, el tejemaneje, las aspiraciones cortas, los
intereses menores, el posicionamiento en la foto, el hacerse imprescindible...
Todas esas batallas intestinas se librarán de manera encarnizada hasta mayo de
2015 para ser alguien que no se es. Para ser algo que no se es. Un líder. Una
líder.
Con las elecciones europeas a la vuelta de la esquina,
parece que se ha puesto en marcha el mecanismo electoral completo y que alcanza
en la distancia hasta las elecciones municipales de mayo de 2015.
Los primeros movimientos internos han comenzado y se
incrementarán como las ondas de un lago apacibles después de lanzar una piedra.
Los culos de mal asiento empiezan a incomodar, se tejen los
primeros hilos para alianzas antinaturales, se convocan reuniones paralelas a
las estrictamente oficiales, cafés clandestinos con los enemigos de partido, de
agrupación. El silencio a voces, el runrún, el amigueo. El ninguneo.
Estas naderías de la política son las que enervan a la
ciudadanía. Las que fomentan el descrédito de los políticos. Las que alientan
su rechazo. Porque en su miopía, muchos de nuestros dirigentes creen invisibles
estos movimientos. Y cuanto más invisibles creen que son, más luz arrojan sobre
ellos.
Cinco párrafos antes hablaba de líderes. De aquellos y
aquellas que con su voluntad, su personalidad y su clase para jugar a la
política con mayúsculas son o han sido capaces de transformar su realidad más
cercana, elevándola a un lugar mejor. Líderes.
Nuestra clase política se ve muy carente de ellos, muy
carente de ellas. La democracia y el sistema de partidos los han sustituido por
expertos en el menudeo, incapaces, la mayoría, de creer en algo mejor y, por lo
tanto, incapaces de llevarlo a cabo.
Hay salvedades, claro, pero esas salvedades deberían ser
mayoría.
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