Pese a que ya no
forman parte del soniquete electoral como hace años, aún se utilizan los paseos
de coches con megáfonos en el techo para llamar al voto. "Somos tal, somos
cual, prometemos esto, haremos esto otro, vote, vota, vótenos, votadnos".
Antigua, casi caduca, banda sonora de la democracia que me retrotrae más a
épocas de democracia en ciernes que a modernidad electoral del siglo XXI.
Además, el soniquete de la megafonía puede inducir a error.
Se escucha como una letanía, desde lejos, dos, tres calles más arriba, un
vocerío musical repetitivo, potente en su volumen pero con temor al espanto
electoral si es escandaloso. El mensaje llega a medias en esos primeros
momentos de escucha distraída. Se distingue el sonido, la memoria auditiva
extrae el archivo correspondiente a megáfono electoral y de ahí cada uno va
entreverando el mensaje.
Según la megafonía se acerca, el volumen aumenta y el
mensaje se percibe más alto y más claro, quizá no del todo perceptible,
rebotando en paredes encaladas, flores de colores rabiosos, transeúntes
desorientados, ciudadanos escépticos, hasta perderse en el cielo azul.
Aquí está, pienso. Ya llega, veré los colores rojos o azules
o naranjas o verdes y el rostro apergaminado de los cabezas de lista nacionales
o los europeos, véase Arias Cañete o Martin Shultz.
El coche con la megafonía da un quiebro en una rotonda y
continúa su monólogo aún sin aparecer. Música distorsionada, mensaje
distorsionado. Llegará, más pronto o más tarde llegará la onda sonora y saldré
de de dudas.
Mientras espero la llegada del coche megafonizado tomando un
café en la plaza de Ojén, pienso en Europa, en su construcción. Recuerdo los
pensamientos emocionantes que nos recorrían a los que preconizábamos la unión
política en Europa, antes que la monetaria y económica (parece que el tiempo
nos ha dado parte de razón), nuestra ingenuidad. Calibro el nivel de mi
euroescepticismo en 2014 y sé que el megáfono y su mensaje no me va a
convencer, quizá tampoco a motivar.
Escucho de nuevo la música, el soniquete que avanza a
trompicones, sin demasiado entusiasmo tampoco. Qué lejos parece que quede
Bruselas de esta placita de pueblo andaluz.
Ya está aquí. Ya escucho el mensaje.
"Ajos, señora, ajos como nunca los ha visto, grandes
como cabezas, ajos, señora, ajos en su punto, grandes como cabezas"
Pues no, no era el coche de la caravana electoral.
Vendían ajos y también sandías. Menos mal que no vendían
chorizos, que hubiera inducido a error.
MÚSICA: Pony Bravo, el político neoliberal
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