En mi vida profesional como periodista sólo he tenido un
breve contacto con un comisario europeo. No fue un encuentro, más bien un
encontronazo. Fue corto, rápido y poco placentero. Suficiente para dejarme un
regusto amargo en el paladar. Su actitud ante otros representantes
institucionales de menor calado internacional, pero de igual relevancia
democrática que la suya propia fue casi déspota, denigrante. El trato, muy
lejos de ser correcto, fue antipático, hosco, desagradable. El comisario
europeo se marchó con cajas destempladas
sin atender como debía a los reunidos, plantando a un nutrido grupo de
políticos y técnicos con los que había fijado una reunión de trabajo. Peor aún,
sin que su conciencia le dictara que había actuado con mucha incorrección, sin que
la alarma de la práctica social le saltara. Aquel hombre estaba por encima del
bien y del mal. Al menos allí, ante aquellos representantes legal y
democráticamente elegidos por sus ciudadanos, como él. Quizá ante Merkel o
Solana u Hollande su comportamiento hubiera sido distinto.
Aquel día, hace años, con la actitud de aquel comisario
europeo se ratificaron varios pensamientos que bullían en mi cabeza:
Uno: que Europa nos importa y preocupa más a los ciudadanos
que los ciudadanos importamos o preocupamos a Europa.
Dos: Que la endogamia en la clase política les ha hecho
perder el contacto con la realidad hace mucho tiempo. Más aún en esas esferas
de poder alejadas de todo y de todos.
Tres: Que la estructura electoral mantiene y favorece la endogamia
de la clase política y que mientras se mantenga esta endogamia y la estructura
electoral que la sustenta, el ciudadano pierde. La profesionalización de los
cargos políticos tiene gran culpa de ello
Cuatro: Que el ámbito y poder de decisión de los organismos
de la Unión Europea es inmenso. La condición económica mucho más que la
condición política. Y con la preeminencia del peso económico se infravalora la
importancia del peso ciudadano.
Cinco: Que La Unión Europea queda excesivamente lejos en
continente, pero su contenido, sus decisiones, nos atañen y afectan en lo más
próximo y cercano. No se debe olvidar.
Seis: Que somos Europa y que formamos parte de la Unión
Europea. Por demagógica que suene la
frase, la realidad impera.
Siete: Que los estados siempre serán estados pese a su
inclusión en una unión.
La campaña electoral para estas europeas ha ratificado todas
y cada una de aquellas sensaciones, ha acrecentado algunas de ellas y ha creado
otras, como la escasísima talla política de los candidatos, más visible que
nunca en los debates públicos y, peor aún, en las escaramuzas de baja estofa.
Mi conciencia democrática apela a mi responsabilidad
ciudadana, nunca he dejado de votar.
Mis vísceras apuntan hacia otro lado.
MÚSICA: "Europa" de Carlos Santana
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