jueves, 22 de mayo de 2014

Europa, Europa

En mi vida profesional como periodista sólo he tenido un breve contacto con un comisario europeo. No fue un encuentro, más bien un encontronazo. Fue corto, rápido y poco placentero. Suficiente para dejarme un regusto amargo en el paladar. Su actitud ante otros representantes institucionales de menor calado internacional, pero de igual relevancia democrática que la suya propia fue casi déspota, denigrante. El trato, muy lejos de ser correcto, fue antipático, hosco, desagradable. El comisario europeo se marchó con cajas destempladas  sin atender como debía a los reunidos, plantando a un nutrido grupo de políticos y técnicos con los que había fijado una reunión de trabajo. Peor aún, sin que su conciencia le dictara que había actuado con mucha incorrección, sin que la alarma de la práctica social le saltara. Aquel hombre estaba por encima del bien y del mal. Al menos allí, ante aquellos representantes legal y democráticamente elegidos por sus ciudadanos, como él. Quizá ante Merkel o Solana u Hollande su comportamiento hubiera sido distinto.

Aquel día, hace años, con la actitud de aquel comisario europeo se ratificaron varios pensamientos que bullían en mi cabeza:

Uno: que Europa nos importa y preocupa más a los ciudadanos que los ciudadanos importamos o preocupamos a Europa.

Dos: Que la endogamia en la clase política les ha hecho perder el contacto con la realidad hace mucho tiempo. Más aún en esas esferas de poder alejadas de todo y de todos.

Tres: Que la estructura electoral mantiene y favorece la endogamia de la clase política y que mientras se mantenga esta endogamia y la estructura electoral que la sustenta, el ciudadano pierde. La profesionalización de los cargos políticos tiene gran culpa de ello

Cuatro: Que el ámbito y poder de decisión de los organismos de la Unión Europea es inmenso. La condición económica mucho más que la condición política. Y con la preeminencia del peso económico se infravalora la importancia del peso ciudadano.

Cinco: Que La Unión Europea queda excesivamente lejos en continente, pero su contenido, sus decisiones, nos atañen y afectan en lo más próximo y cercano. No se debe olvidar.

Seis: Que somos Europa y que formamos parte de la Unión Europea.  Por demagógica que suene la frase, la realidad impera.

Siete: Que los estados siempre serán estados pese a su inclusión en una unión.

La campaña electoral para estas europeas ha ratificado todas y cada una de aquellas sensaciones, ha acrecentado algunas de ellas y ha creado otras, como la escasísima talla política de los candidatos, más visible que nunca en los debates públicos y, peor aún, en las escaramuzas de baja estofa.

Mi conciencia democrática apela a mi responsabilidad ciudadana, nunca he dejado de votar.

Mis vísceras apuntan hacia otro lado.

Hoy me tomo un café y un pitufo integral sentado en la plaza de Ojén, un pequeño pueblo andaluz en el que resido desde hace ya ocho años, miro a Europa con la distancia del escéptico. Sin saber aún qué haré el próximo domingo.

MÚSICA: "Europa" de Carlos Santana




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