Desde lo más alto, en aquella cima pelada, abatida mil y una
veces por los vientos, vencida por el ser humano en contables ocasiones. Desde
aquella cima se observaba el mundo.
Sólo, en lo más alto, asomado a la vera del abismo, las
inquinas mundanas de la vida cotidiana carecen de valor. Dicen los que hasta
allí han llegado que en la cima siempre se siente frío y soledad. El frío de la
envidia que traspasa, el frío de la observación permanente, el frío de la
inseguridad. Y la soledad. La soledad de lo único, de lo raro, de la
desconocido, de lo inaccesible.
Aquella es la cumbre, la cima de la fama, del poder, del
dinero. La cima del marketing, de la imposición del mundo occidental. La cima
de ese rancio pero rabiosamente actual sistema de consumismo capitalista .
Pero decía aquel pensador que cimas hay tantas como seres
humanos, y que cada cual asume y tiene sus propias metas, sus retos personales,
sus éxitos íntimos y que tan importante resulta hollar la cumbre en lo
cotidiano como en lo extraordinario.
Vencer los miedos. Apostar por el movimiento. Amar con
intensidad. Darlo todo.
En mis cimas aspiro a sentir calidez, no frialdad.
En mis cumbres deseo sentir la compañía, no la soledad.
Quizá ese sea el más complicado de los retos. Llegar
acompañado. Llegar atemperado.
En la cima. Mejor, en el camino hacia esa cumbre pelada.
Inaccesible. Se conjuran los fantasmas de cada cual. Tenebrosos y sombríos.
Hambrientos. Y en ese trayecto, en la
singladura complicada, en el mar de arbolada, cuando paro y miro a mi alrededor
veo la sonrisa de mi amor pequeño Daniela, el hombro de mi amor grande Antonia.
Es ahí cuando me percato de lo más evidente, de la ceguera, del árbol y del
bosque. Me doy cuenta de lo que está ante mí. La cima, mi cima. Ya he llegado.
Todo lo demás es superfluo, banal, volátil.
Hacer la croqueta en la arena de la Bajadilla con tu hija de
dos años y medio y que ella ría como las locas parece una cima pequeña, pero es
la mejor de las cimas.
Degustar pollo tayine senegalés a la fresca de la noche acompañado
de tu familia parece una cima pequeña, pero es la mejor de las cimas.
Comerte el corazón rojo de una de una sandía recién cortada
por tu padre parece una cima pequeña, pero es la mejor de las cimas.
Que la mujer de tu vida, después de diez años te mire como
ayer, es una cima pequeña, pero es la mejor de las cimas.
Quizá este sea mi éxito, no lo sé, sentirme acompañado y
cálido en mi cima. Haber descubierto cuál es, cuáles son mis metas y mis
cumbres.
Quizá por eso, en estos tiempos oscuros, quiera compartirlo
con ustedes, con vosotros. Quizá para que hoy, también paren y miren a su
alrededor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario