No apelaré al conocimiento, que es escaso y disparejo sobre
este asunto, sino a la emoción, a la sensibilidad, al pellizco que dicen los
conocedores.
En mis tierras del norte, en las que se tiene querencia por
otros palos musicales, pero aprecio por lo que se hace con hondura y
sentimiento, no me educaron el oído para el cante flamenco, pero sí el corazón
para escuchar la efervescencia de lo auténtico. De eso que se dice o hace o
toca o canta de verdad, sin alharacas.
Él es un hombre menudo, casi apocado, de cierta timidez en
las maneras, de esqueleto casi frágil. Un hombre menudo que transmuta en figura
honda cuando se oprime el pecho con la mano, y con la otra se agarra la
americana en un intento de no escapar de su destino que es el cante por
fandangos de Huelva. Suda y sonríe y se le contrae el rostro en una mueca para
descargar el poder de una voz atiplada pero de soberbia contundencia. Tiene
nombre de prodigio bíblico. Se llama Arcángel y el sábado se dejó el alma sobre
las tablas de Ojén. El alma y un resquicio de sí mismo tras las macetas de
flores. Resquicio que permanecerá siempre en la memoria colectiva de los que
allí estuvimos esa noche.
Ella es rotunda y hermosa y flamenca en ademanes y
querencias. Con la mirada al fondo, seria y dura, con la sonrisa al punto en la
boca. Risa que se derrama sólo al final, cuando cesa el torrente de voz y de
carisma. Bella en el gesto, en el fondo y en la forma, en la entrega. Matriarca
viuda de padre que se echa sobre el pecho el peso y la tradición de los Morente.
Y digo los Morente porque allí estaba su familia y ella, la reina, arropada, se
sintió a gusto y se dejó llevar con emoción y con sentimiento. Estrella
Morente, de casta pura.
Y entre los quejidos del cante y el perfume de romero, la
noche se acunó en el cante y el Castillo de Ojén ofreció una de esas veladas a
recordar, intensa y honda, de finuras y alegrías, de concesiones a la fusión
entre tanto envaramiento, de tradición nunca olvidada, de saberes y de
quereres.
Mi alma del norte se emocionó hasta los tuétanos con esta
voz del sur que se ha ganado apulso el carácter de universalidad.
Irrepetible e impagable. Ese fue el Castillo del Cante de
Ojén que en la noche del sábado festejó a lo grande sus cuarenta años de
trayectoria.
El que no estuvo nunca lo sabrá, pero allí apareció el
duende.
MÚSICA: "La Estrella" de Estrella Morente - Autorretrato
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