viernes, 8 de agosto de 2014

Cante de hondura en Ojén



No apelaré al conocimiento, que es escaso y disparejo sobre este asunto, sino a la emoción, a la sensibilidad, al pellizco que dicen los conocedores.

En mis tierras del norte, en las que se tiene querencia por otros palos musicales, pero aprecio por lo que se hace con hondura y sentimiento, no me educaron el oído para el cante flamenco, pero sí el corazón para escuchar la efervescencia de lo auténtico. De eso que se dice o hace o toca o canta de verdad, sin alharacas. 

Él es un hombre menudo, casi apocado, de cierta timidez en las maneras, de esqueleto casi frágil. Un hombre menudo que transmuta en figura honda cuando se oprime el pecho con la mano, y con la otra se agarra la americana en un intento de no escapar de su destino que es el cante por fandangos de Huelva. Suda y sonríe y se le contrae el rostro en una mueca para descargar el poder de una voz atiplada pero de soberbia contundencia. Tiene nombre de prodigio bíblico. Se llama Arcángel y el sábado se dejó el alma sobre las tablas de Ojén. El alma y un resquicio de sí mismo tras las macetas de flores. Resquicio que permanecerá siempre en la memoria colectiva de los que allí estuvimos esa noche.

Ella es rotunda y hermosa y flamenca en ademanes y querencias. Con la mirada al fondo, seria y dura, con la sonrisa al punto en la boca. Risa que se derrama sólo al final, cuando cesa el torrente de voz y de carisma. Bella en el gesto, en el fondo y en la forma, en la entrega. Matriarca viuda de padre que se echa sobre el pecho el peso y la tradición de los Morente. Y digo los Morente porque allí estaba su familia y ella, la reina, arropada, se sintió a gusto y se dejó llevar con emoción y con sentimiento. Estrella Morente, de casta pura.

Y entre los quejidos del cante y el perfume de romero, la noche se acunó en el cante y el Castillo de Ojén ofreció una de esas veladas a recordar, intensa y honda, de finuras y alegrías, de concesiones a la fusión entre tanto envaramiento, de tradición nunca olvidada, de saberes y de quereres.

Mi alma del norte se emocionó hasta los tuétanos con esta voz del sur que se ha ganado apulso el carácter de universalidad.

Irrepetible e impagable. Ese fue el Castillo del Cante de Ojén que en la noche del sábado festejó a lo grande sus cuarenta años de trayectoria.

El que no estuvo nunca lo sabrá, pero allí apareció el duende.

MÚSICA: "La Estrella" de Estrella Morente - Autorretrato

 



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