viernes, 16 de enero de 2015

Desconectado



Desde el viernes. Sin conexión a internet. Ni en el móvil ni en casa. Desconectado. Apenas funciona el wasap. Y punto.

La situación que en las primeras 48 horas trastocó mi vida laboral y mi escaso tiempo de ocio. Me llevó primero a la sorpresa, después a la indignación, algo más tarde al cabreo y sin saber cómo ni porqué, después de esos primeros dos días desconectado del mundo virtual, a una calma y una placidez que hacía tiempo no disfrutaba. Sí. Calma y placidez. 

He tenido la oportunidad de emplear más tiempo del habitual a la lectura, más tiempo del habitual a la radio, más tiempo del habitual a charlar por teléfono, más tiempo del habitual a bucear en los periódicos de papel, más tiempo del habitual al subrayado de revistas, más tiempo del habitual a escuchar música, más tiempo del habitual a jugar con Daniela, más tiempo del habitual a mirar a la gente a la cara. Nunca había dejado de hacerlo, pero estos días he hecho lo que hacía antes, sí, lo que hacía antes de manera habitual. 

La automatización de tantos procesos laborales ha relegado el contacto humano a un plano residual. Conectamos con los demás, pero empatizamos menos.  Agilizamos los trámites, aumentamos nuestra eficiencia, somos más rápidos, pero relegamos ese factor humano que nos hace ser lo que somos a un segundo plano.

Y aunque es evidente que  las redes sociales nos acercan a las personas que están lejos, amigos y amigas, familias, compañeros; que nos permiten compartir parte de nuestros intereses con los demás; que nos ayudan a reflejar un fragmento de nuestra vida de una manera inconcebible hasta hace relativamente poco tiempo, estas horas largas sin conexión me han permitido reforzar los lazos de otra manera. De la manera de siempre.

NO soy un tecnófobo, pero estos últimos días no he podido evitar la reflexión a la que me ha empujado el hecho de estar desconectado de la red. Cuando regrese la conexión continuaré con mis posts en Facebook, mis tuits en twitter, colgando mis imágenes en Instagram, pineando fotos en Pinterest, no hay duda, pero intentaré no olvidar estos días.

Los días que me permitieron levantar la mirada hacia el Mediterráneo sin pensar en fotografiar el atardecer y sólo disfrutarlo, leer un libro templándome al sol sin buscar información acerca del autor en internet, revisar mis antiguas fotografías impresas en papel, analizar una noticia sin querer reafirmar mis opiniones en la red, disfrutar un instante de Daniela sin el anhelo de compartirlo… Esas cosas. Esas pequeñas cosas que hacíamos de manera habitual cuando la red no se había incrustado en nuestro ADN social como un órgano más.

La conexión ha regresado. Jesús, técnico de Movistar ha estado aquí tres días, como de la familia. Ha dado con la tecla. Ha costado.

Ahora, no sé si pulsar el botón de acceso a internet por miedo a traicionarme. 

Ahí voy.


1 comentario:

david dijo...

Me ha encantado Isra. A veces nos olvidamos de disfrutar de las cosas por estar compartiéndolas en Facebook. Incluso las que tienes delante de tus narices.Incluso las importantes.