Se estremece la Costa del Sol ante el frío. Le tiemblan las
canillas, otea el horizonte con la preocupación del advenedizo. Y sufre cuando
ve acercarse por poniente el nubarrón gris, oscuro, ceniciento de la tormenta
atlántica que trae borrascas, mares arbolados y un helador frío en los huesos.
Se atrincheran los costasoleños en sus casas, encienden
chimeneas, perfuman las calles con la brasa de naranjo, abandonan el pescaíto
frito para entregarse con fruición a los potajes de coles, a los pucheros.
Se frotan las manos los costasoleños y abrigan a sus retoños
hasta la extenuación, haciéndoles parecer muñecos de tentetieso, manejan los
paraguas con mandoble de sable y enlucen sus botas de goma para sortear los
charcos.
Se cierra el invierno sobre la Costa del Sol y se cuela por
los resquicios de las casas como un ladrón, como un fantasma esquivo, como un
invitado ignorado en una fiesta.
En mi tierra, un norte tumultuoso que no entiende bien el
proceso de las estaciones y las mezcla todas con arbitrariedad y libre
albedrío, esta situación de borrascas puede durar días, más que horas, semanas
y deja de ser anecdótico este tiempo revuelto para ser habitual.
En este juego de comparaciones, juega la Costa del Sol con
una ventaja que lleva en su nombre de manera nada gratuita. La costa del Sol
cuenta con la ventaja del astro rey, de ese Lorenzo que templa el alma y los
huesos, que lucha, pelea bravíamente contra los nubarrones de invierno, que
reina sobre las tormentas para aparecer, solitario en el cielo azul y calentar
el espíritu de los costasoleño cuando la fe estaba perdida.
Así las tormentas amainan con prontitud y se alejan,
despavoridas, ante la presencia regia del sol.
Hoy con la cara levantada, me he despojado de gorra y de
bufanda, he aparcado por un instante el gordo jersey, la pelliza, y he mirado
de tú a tú al sol, tímido aún, permitiendo que su luz me empape con el poder
benefactor de su calor y que termine con esa melancolía, añoranza de mi tierra
loca que me traen las nubes cargadas, la lluvia persistente, el frío tenaz.
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