Que nadie lo niegue, el año 2015, como todos, comenzó ayer,
7 de enero, cuando la normalidad regresó a los hogares en forma de horarios de trabajo
y horarios escolares, en modo de duermevelas y madrugones, con el rostro de a
ver cómo se presenta hoy la jornada y con el último fragmento de turrón
engullido para desayunar.
Chimpún. Se terminó la navidad. Hasta dentro de once meses,
cuando La Cañada nos lo anuncie con sus árboles iluminados y sus estrellas
fugaces, y el soniquete de los villancicos sea banda sonora en todos los
centros comerciales y salas de espera.
Aún somos ingenuos en estos primeros días, como bebés recién
nacidos, renovamos nuestra fe en el prójimo, damos un poco de cuartelillo a los
tejemanejes cotidianos, creyendo, convencidos, que este año será diferente al
anterior. Luego vendrá la realidad e impondrá sus quehaceres y el sueño de un
mundo mejor se irá al traste con todo lo demás, buenas intenciones y propósitos
incluidos. Pero aún es tiempo de soñar. Por lo menos hasta pasado el fin de
semana.
Soñar con una sociedad más solidaria, mejor amueblada, menos
caínita, más transparente en sus fondos y formas, más y mejor comprometida,
menos sectaria, más optimista y más alejada del rencor, más sólida, más
participativa y más guerrera, más cultural y menos futbolera, menos derrotista,
menos violenta y más amigable. Una sociedad mejor, donde prime el abrazo al
reproche y el beso a la zancadilla. Soñar.
Soñar con una administración y poderes públicos más
cercanos, más rápidos y sabios en sus decisiones, más comprometidos con sus
vecinos y menos comprometidos consigo mismos, más transparentes, mucho más
transparentes, menos trufados de enchufismos y más severos e intransigentes con
las corruptelas, menos pagados de sí mismos y más abiertos a la sociedad, menos
monolíticos y más receptivos a los cambios. Una administración mejor donde
prime la ciudadanía por encima de los intereses personales y de los partidos.
Soñar.
Soñar con una justicia más eficaz, más feroz con los delitos
relacionados con la violencia de género, menos permisiva con los delitos de
corrupción, más ciega, mucho más ciega, más independiente, menos legalista y
más justa, más equilibrada, más pegada a la realidad, menos burocrática y menos
leguleya, más y mejor adaptada a los tiempos. Una justicia para todos y para
todas. Soñar.
A estas alturas, lo perros del oscurantismo ya habrán echado
sobre mí sus improperios preferidos que hablan de demagogia muy probablemente.
Perdónenme, esto es a lo que un servidor aspira, lo que le gustaría que su hija
de tres años heredara. Déjenme soñar, al menos hasta pasado el fin de semana.
Soñar con un mayor compromiso con mi profesión de
periodista, a la que casi he abandonado
por
otros menesteres, con pasar mejores momentos con Daniela, con querer, amar,
más y mejor a Antonia, con disfrutar más
del sol de invierno en la Costa del Sol que me templa los huesos, con los
clásicos que hablan de dieta y de deporte, con dedicar más tiempo a mis amigos
y amigas, a mi familia, con aplicarme en los detalles de la vida cotidiana, con
no dejar pasar la oportunidad, con quererme un poco más, lo justo para no
vanagloriarse, con sacar provecho de la vida. Soñar con una vida más plena,
mejor. Soñar. Esto ni los agoreros me lo roban, soñar.
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