Era una mujer callada. Vivió en sus carnes la guerra civil y
sufrió la pobreza de su familia hasta el punto de ser trasladada a un hospicio
durante los años más duros. Contaba cómo sonaban las sirenas durante los bombardeos y sus carreras a los refugios
antiaéreos donde pasaban las horas muertas aprendiendo a hacer punto. Siempre
como si se tratara de una aventura.
Se casó con un navarro recio que la quiso. Y mientras crió a
una familia de esas de las de antes, en las que suegros, abuelas, hijos
mellizos, hija, cuñados y esposo vivían bajo el mismo techo. No existían las
lavadoras y la chapa de hierro era aún de uso corriente, ni siquiera había
neveras. Y en estas condiciones habituales en los últimos años cuarenta y
surrealistas en la sociedad moderna del año 2015 sacó adelante sin una leve
queja a dos médicos y una pedagoga.
En las comidas familiares, cuando nueras y yernos y nietos y
nietas se sumaron a la prole, ella siempre se mantenía en segundo plano. Se
reía por lo bajo y le gustaba tomar café en vaso de cristal. Hizo que su nieto
perdiera el miedo al agua en el mar Cantábrico y le enseñó a jugar a la brisca.
También fue a buscarle a la guardería en innumerables ocasiones y pasaron las
horas muertas de las tardes charlando, leyendo, viendo la tele.
Se llamaba Nieves y en los últimos años, cuando el Alzheimer
se llevó su memoria, su pasado y los rostros familiares tan queridos su nieto
la llamaba cariñosamente Edurne.
Estuvo a la sombra de un hombre único, extraordinario, y como
pasó con tantas otras eso apagó en cierta medida su brillo especial, quizá
escondió un tanto la complicidad que tenía con todos y cada uno, su lucha en la
batalla diaria.
Hoy me acuerdo de ella como si fuera ayer. Su mano con la
mía, su rostro cuando venía a buscarme a la guardería, las sopas de letras que
le gustaba hacer, su protección en las noches de mis miedos.
Nieves, mi amama, mi abuela, Edurne fue una mujer valiente,
trabajadora, luchadora infatigable, cariñosa, familiar, siempre cómplice.
Sirva este recuerdo personal como homenaje a todas las
mujeres que me han acompañado y me acompañan en la vida. Mis amigas, mis
compañeras de trabajo, mis chicas de la familia, mi madre, mi mujer, mi hija.
Sea este el homenaje del día a día, el homenaje de lo cotidiano,
donde la igualdad, más que un derecho debe ser una realidad.
1 comentario:
Felicidades por los sentimientos y por saber expresarlos con la mayor normalidad.
Un abrazo.
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