Me lo dijo un Lobo de Mar, de esos que llaman a la procelosa
en femenino, La Mar, y que poseen en su mirada reposada el estado siempre
alerta de las nubes en el extremo de sus ojos. De esos cuya efigie se tatúa
entre aires salobres y soles caídos a plomo. De esos que en su tiempo libre aún
navegan plegando e izando velas en un juego eterno con el viento. De esos con
el alma siempre arreciada por un frío que cala en sus huesos desde tiempos
inmemoriales.
Me lo dijo un Lobo de Mar. El Mediterráneo es un mar plagado
de traiciones, frío y oscuro, de olas cortas y rompedizas, de mares de fondo
inquietas, de resacas invisibles, de corrientes poderosas, de superficie
engañosa. El Mediterráneo es una mala mar. Una mar que engaña, que finta, que
esconde su poderío sibilino bajo la placidez. Una mar antigua. Una mar que
exige todos los años su ofrenda en vidas. Y este año ha comenzado demasiado
pronto en la costa de Marbella.
Recibí un wasap donde se me comunicó la noticia. Dos muertos
en principio que luego fueron tres y un cuarto herido en la playa La Venus de
Marbella. Estudiantes turcos de intercambio en el programa Erasmus Plus de
vacaciones. Se alojaban en el Albergue África y en la tarde, cuando el sol aún
calentaba los huesos, decidieron bañarse. El Mediterráneo es una mala mar. Una
mala mar. Tras la apariencia de cierta placidez, sólo interrumpida por un
cortinaje de olas espumosas pero poco bravías, el voraz Mediterráneo acechaba.
El viento levantisco agitaba su corazón y allí consumió tres vidas. Ni los
primeros voluntarios ni los primeros profesionales pudieron hacer nada.
Me fascina el mar y me fascinan sus relatos. La brutalidad
obvia del Cantábrico en el que me crié me hizo respetar sus reglas y proceder
con cautela en mis baños de aguas frías. El Mediterráneo, goloso, me embaucó
con sus atardeceres lánguidos y su agua translúcida en Formentera, con la
calidez de sus corrientes en la Malvarrosa. Y esa mar antigua me sorprendió en
Marbella, cuando me recibió con su engañosa placidez, con su frescor
sempiterno, con su levante encabritado, con la omnipresente y poderosa
atracción del Estrecho de Gibraltar. Disfruto del mediterráneo marbellero, de
su solaz y de sus perfumes a marisma, pero es cierto que siempre lo observo
antes de zambullirme, que miro con precaución el sentido de sus corrientes, la
dirección por la que se mueven los vientos.
Me lo dijo un Lobo de Mar. El
Mediterráneo es una mala mar.
Descansen en paz.
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