miércoles, 15 de abril de 2015

MALA MAR



Me lo dijo un Lobo de Mar, de esos que llaman a la procelosa en femenino, La Mar, y que poseen en su mirada reposada el estado siempre alerta de las nubes en el extremo de sus ojos. De esos cuya efigie se tatúa entre aires salobres y soles caídos a plomo. De esos que en su tiempo libre aún navegan plegando e izando velas en un juego eterno con el viento. De esos con el alma siempre arreciada por un frío que cala en sus huesos desde tiempos inmemoriales.

Me lo dijo un Lobo de Mar. El Mediterráneo es un mar plagado de traiciones, frío y oscuro, de olas cortas y rompedizas, de mares de fondo inquietas, de resacas invisibles, de corrientes poderosas, de superficie engañosa. El Mediterráneo es una mala mar. Una mar que engaña, que finta, que esconde su poderío sibilino bajo la placidez. Una mar antigua. Una mar que exige todos los años su ofrenda en vidas. Y este año ha comenzado demasiado pronto en la costa de Marbella.

Recibí un wasap donde se me comunicó la noticia. Dos muertos en principio que luego fueron tres y un cuarto herido en la playa La Venus de Marbella. Estudiantes turcos de intercambio en el programa Erasmus Plus de vacaciones. Se alojaban en el Albergue África y en la tarde, cuando el sol aún calentaba los huesos, decidieron bañarse. El Mediterráneo es una mala mar. Una mala mar. Tras la apariencia de cierta placidez, sólo interrumpida por un cortinaje de olas espumosas pero poco bravías, el voraz Mediterráneo acechaba. El viento levantisco agitaba su corazón y allí consumió tres vidas. Ni los primeros voluntarios ni los primeros profesionales pudieron hacer nada. 

Me fascina el mar y me fascinan sus relatos. La brutalidad obvia del Cantábrico en el que me crié me hizo respetar sus reglas y proceder con cautela en mis baños de aguas frías. El Mediterráneo, goloso, me embaucó con sus atardeceres lánguidos y su agua translúcida en Formentera, con la calidez de sus corrientes en la Malvarrosa. Y esa mar antigua me sorprendió en Marbella, cuando me recibió con su engañosa placidez, con su frescor sempiterno, con su levante encabritado, con la omnipresente y poderosa atracción del Estrecho de Gibraltar. Disfruto del mediterráneo marbellero, de su solaz y de sus perfumes a marisma, pero es cierto que siempre lo observo antes de zambullirme, que miro con precaución el sentido de sus corrientes, la dirección por la que se mueven los vientos. 

Me lo dijo un Lobo de Mar. El Mediterráneo es una mala mar.

Descansen en paz. 

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