La fina línea que separa la información del espectáculo es,
en ocasiones tan sutil, que ni siquiera los espectadores, lectores, oyentes
avezados logran desentrañarla. Se esconde la vedad entre tantas capas como
realidades y depende de quién las desbroce la noticia acabará siendo una cosa u
otra.
No es nueva esa máxima del periodismo amarillos que decía:
“No dejes que la realidad te estropee un buen titular”. Más titulares que
realidades tenemos en estos tiempos oscuros para la profesión.
Un niño de 13 años desaparece en Istán. La noticia tiene
final feliz. El niño aparece sano y salvo en una casa de campo. Esta es la
noticia, lo demás son conjeturas y suposiciones. Se habla más de huida que de
desaparición y los medios ahondan en su vida complicada, era huérfano de madre,
se trasladó al municipio panocho con apenas ocho años, vivía con unos
familiares, etc, etc.
Se intenta etiquetar de vida trágica una noticia que,
afortunadamente, no lo ha sido, que no ha sido trágica. Y se enfanga la realidad
con verdades conocidas a medias para alimentar a los lobos de la crónica negra.
Yo me quedo con la versión del alcalde de Istán. Ha sido una
“travesura”, señaló y tampoco quiero saber más. Si hay algo oscuro, este hecho
habrá servido para destaparlo y seguirá sus cauces oficiales. Si no hay nada,
el niño de 13 años estará seguro y feliz con su familia de acogimiento.
Algunas televisiones, cuando aún el menor se encontraba
desaparecido, hicieron hincapié en lo escarpado del terreno, en la fatalidad de
perderse, en lo extraño que parecía todo. Sin embargo, nada de información
útil, de servicio público en la que se indicara estatura, peso, color de ojos,
de pelo y de tez, ropa que llevaba el chico en su desaparición, ubicación
aproximada. Nada. Sólo la fatalidad.
No soy un ingenuo. Soy, he sido periodista. Sé lo que vende,
conozco los motivos por los que las historias se cuentan de esta manera o de
aquella. Yo mismo he mirado la realidad con la distancia suficiente como para
que la verdad se distorsionara lo justo para conformar un titular. Pero haber
estado allí, haberlo hecho, no me exime de la indignación. Precisamente porque
conozco los motivos, me indigno cuando contemplo el tratamiento que se hace de
algunas informaciones.
Con cuarenta tacos a las espaldas y una carrera que empezó
hace más de dos décadas, veo las cosas con otra perspectiva, con la distancia
que me otorga el compromiso con mi profesión. Siempre he sido crítico, pero el
cinismo me impedía cabrearme. Ahora, despojado de esas veleidades, sólo me
queda la indignación.
Una travesura, ha sido solo una travesura.
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